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Entre el perro y el lobo, ¿cúal eres tú?

Es una pregunta que parece sencilla pero es bien divisiva.

 

Si tú fueras un animal, ¿preferirías ser un perro domesticado, o un lobo salvaje?

 

Instintivamente, la pregunta resulta algo incómoda. Y para algunos, hasta denigrante. 

 

¿Quién no quisiera ser libre por elección? 

 

El lobo retiene autonomía. Puede tener sexo con quien quiera. Puede comerse lo que prefiera y tiene la habilidad de vivir y jugar donde sea. El perro domesticado, por otro lado, vive enclausurado. Quizás nunca logre jugar con otros animales. Y más deprimente aún, quizás muera sin sentir el calor de una pareja. 

 

Suena fácil la decisión.

 

Hasta que consideras que el perro domesticado tiene algo que el lobo no tiene. 

 

El lobo, aunque tiene la libertad de comer lo que le apetezca, no sabe cómo, ni cuándo será su próxima comida. El perro domesticado tiene la conveniencia de tener un plato suculento servido todos los días. El lobo salvaje es forzado a buscar sombra para evadir los rayos del sol, mientras que el perro domesticado duerme en colchas de algodón bajo un techo sin preocupación.

 

El perro domesticado no compite por recursos. El lobo tiene que pelear por los suyos desde el día uno. El perro domesticado no conoce el peligro. El lobo aprende a cuidarse de los depredadores para evitar convertirse en la cena de uno cada noche.

 

El perro domesticado no tendrá libertad, pero si tiene un activo muy valioso—la seguridad.

 

Es gracioso el ejercicio porque nosotros los humanos, batallamos con una interrogante similar a la hora de evaluar nuestras carreras. Es la cosquilla profesional que nos hace cuestionar si debemos permanecer como empleado, ¿o si es hora de trabajar por nuestra cuenta?

 

Es una decisión difícil de evaluar sin primero mencionar un poco de contexto histórico. 

 

La muerte del artesano

 

Quizás es difícil de imaginar ahora, pero por el 99.8% de nuestro tiempo en la tierra, los productos y servicios que recibíamos eran únicos. La ropa que lucieras, las armas que tuvieras, y el diseño del hogar que vivieras—todo era hecho exclusivamente para ti. 

 

Esto era así gracias a que los productos y servicios recibidos durante ese tiempo eran hecho por artistas. Artesanos con destrezas superiores, conocimiento técnico y experiencia intachable que producían productos y servicios personalizados. Los consumidores comprendían esto y esperaban con gratitud para recibir sus productos y servicios ya que sabían que recibirían una obra de arte única, acompañada de un trato preferencial. 

 

Los artesanos eran personas autoempleadas, escogían sus horas, proyectos, clientes y eran dueños de sus medios de producción. También sabían negociar precios, desarrollar relaciones con clientes y eran reconocidos por su comunidad. 

 

Ahora, es cierto que estaban expuestos a los riesgos del mercado. Sus ventas podían fluctuar según la demanda por lo que cargaban el riesgo de administrar su negocio en todo momento, pero participaban de las ganancias que produjeran a través de su labor. Eran dueños de su potencial.

 

El problema con este modelo es que nunca fue “eficiente”. Para los futuros capitalistas era un proceso lento, no escalable y poco productivo.

 

Digo futuro porque no fue hasta el año 1776, cuando el filósofo, economista y autor Adam Smith publicó su obra magna, “The Wealth of Nations”, que alguien argumentó matemáticamente a favor de cambiar del modelo artesanal a uno estandarizado para acumular mayor riqueza. 

 

Smith explicó que no importa si fueras el mejor zapatero del mundo, si tenías que realizar todas las tareas del proceso para crear un zapato, siempre estarías limitado a una cuota fija por mes.

 

Digamos que el pueda fabricar 20 zapatos al mes. Ahora, si recluta a 5 zapateros más quizás pueda elevar su producción a 100 zapatos al mes (si son igual de buenos). Pero, si divides el proceso en 5 pasos y reclutas a 5 personas a un precio más barato que los otros zapateros porque sería solo una parte del proceso, puedes acortar el tiempo de producción, y producir 1,000 zapatos al mes. 

 

La clave del éxito estriba en romper el trabajo en tareas más pequeñas y sencillas para así poder dividirlas entre más trabajadores costo-efectivos, ya que solo harían las mismas tareas asignadas. Esto recortaría el tiempo de producción, y claro, con mayor producción, mayor el potencial de volumen de ventas, y por consecuencia, más ganancias. 

 

Esta idea fue la semilla original que impulsó la industrialización y dio paso al sistema manufacturero moderno que conocemos hoy día. 

 

Ahora, si Adam Smith fue quién creó la receta, el empresario Henry Ford fue quien proveyó el mapa. 

 

Al introducir la línea de ensamblaje, Ford logró romper las tareas de la manufactura aún más entre mayor personal, simplificando tanto el proceso que ahora podía medir por tiempo la productividad de empleados. Gracias a esta innovación, Ford y su equipo crearon el Modelo T, el primer automóvil estandarizado, el cual pudo reducir significativamente los costos de producción y por consecuencia, su precio.

 

Al competir con un precio tan accesible, el Modelo T se convirtió en el vehículo más vendido de su época y llevó al Sr. Ford a convertirse en uno de los americanos más ricos en la historia, elevando su “Net Worth” a alrededor de $200 millones para el tiempo de su muerte— una suma que hoy día equivaldría a $1.2 billones al ajustarlos por inflación. 

 

Ford le dio vida a la teoría y cambió el rumbo de la manufactura para siempre. Convirtiéndose en el modelo aspiracional de todo empresario al demostrar el tesoro que existe cuando logras estandarizar tus procesos e incrementar eficiencias. Su influencia sigue relevante hoy día en empresas como Amazon y Walmart que compiten con precio, abaratando sus costos para maximizar ganancias.

 

Lo curioso es que a pesar de que muchos atribuyen este cambio en producción a la publicación de Adam Smith, pocos saben que en su mismo texto, él advirtió que la estandarización traería un lado oscuro para el trabajador. 

 

En su texto el dice que “La uniformidad de una vida estacionaria es capaz de corromper la valentía en la mente de un hombre y ocasiona que deteste la vida aventurera, irregular e incierta de un soldado”. 

 

Luego baja más fuerte diciendo… “El hombre que toda su vida es gastada realizando tareas básicas, generalmente se convierte en la criatura humana más estúpido e ignorante posible”. 

 

Ahora, sabiendo que la hiper-especialización y la proliferación de puestos que ejecuten tareas sencillas y repetitivas contribuyen a la desmotivación y deshumanización de las personas, ¿cómo logramos que tantas personas escojan libremente hacerlo? 

 

Sencillo. Los incentivas removiendo su incertidumbre. 

 

El precio de la lealtad

 

Quieras admitirlo o no, no hay algo que el ser humano deteste más que la incertidumbre. 

 

Es la razón por la cual permanecemos tanto tiempo en relaciones tóxicas. Es la razón por la cual escogemos franquicias reconocidas como Starbucks cuando viajamos en vez de probar los pequeños cafetines locales.  Es la razón por la cual preferimos conocer pretendientes a través de amigos que de manera espontánea y sin filtro. 

 

Ante la duda, preferimos la familiaridad porque queremos asegurar el resultado. Mejor ponchar con lo conocido que aventurarnos y equivocarnos en el camino. 

 

Esta obsesión por “ganar”, esta incomodidad con el riesgo y la incertidumbre es precisamente lo que los líderes de grandes corporaciones sabían cuando idearon la oferta generosa para persuadirnos a trabajar para ellos. 

 

El juego fue así: Firma este contrato de empleado y entréganos tu tiempo, lealtad, libertad y renuncia a tu habilidad de controlar tu potencial y yo, la corporación, me encargaré de que no te tengas que complicar. 

 

No tendrás que preocuparte por buscar clientes, ni generar ventas, y tampoco tendrás variabilidad a la hora de cobrar. Tu compensación será garantizada basada en un horario establecido por el famoso Henry Ford a 40 horas a la semana a un precio fijo.  

 

Te digo más, si sigues las instrucciones, y no te quejas públicamente, te daré un título que te dará orgullo y prestigio.

 

Encima de esto, tendrás plan médico para ti y tus hijos y hasta una pensión para que vivas cómodo de viejito en tu retiro. Mi pana, con tantos incentivos, la oferta hacía sentido. 

 

¿Y sabes qué? ¡Funcionó! 

 

La industrialización y la manufactura fueron el motor que le dio paso a la clase media. La compensación promedio subió. El estándar de vida mejoró. Y el sueño americano nació.

 

Si uno se enfocaba, seguía las instrucciones y era leal, la compañía se encargaría de uno. 

 

Fue una edad de oro. La mayoría de nuestros abuelos y padres intercambiaron su libertad por seguridad patronal. Laboraron durante 30, 40 o 50 años en las mismas compañías con orgullo y felicidad. La compañía era tu nueva familia y el empleo tu identidad. 

 

Lo que no se discute es que también fue la manera de domesticar el espíritu artesanal del ser humano. Lo cual aunque incomodaba a algunos, no importaba mucho, porque estabas asegurando tu seguridad.

 

Hasta que las reglas cambiaron.

 

La nueva realidad—el retorno artesanal 

 

El problema es que esos tiempos caducaron. Los salarios promedios han mermado desde los 70’s. Los beneficios han disminuido, y las pensiones han desaparecido. 

 

La entrada del internet y los avances en tecnología y la robótica han eliminado la necesidad de emplear a tantas personas para operar un negocio. Lo que frustra a tantos jóvenes y profesionales con experiencia porque las escuelas y las universidades en su mayoría no les dieron las herramientas para sobrevivir en la jungla sin el apoyo del patrono. 

 

Te enseñaron que serás premiado por seguir instrucciones. No te enseñaron a cazar clientes. Ni a manejar tu presupuesto, ni a levantar capital, ni a minimizar riesgos. 

 

Ahora, cuando anuncian públicamente que miles de personas se quedan sin empleo, ocasiona una reacción emocional porque es el equivalente a dejar una jauría de domesticados en la calle sin el cuido de sus amos. 

 

Lo digo con seguridad porque yo mismo lo viví. La primera vez que intenté irme por mi cuenta en el 2019 carecía de la experiencia, la maña y el sentido de urgencia requerido cuando trabajas sin el respaldo de un patrono. 

 

Era un perro domesticado intentando de jugar a león en la selva. 

 

Reflexionando encontré que los hábitos requeridos para ser un buen empresario se desarrollan mucho antes de renunciar el empleo. Tampoco ayudaba, y mi problema primordial como empleado, era que estaba tan alejado de las consecuencias del negocio que actuaba con privilegio y desinterés. Podía laborar sin voluntad. Podía actuar con conformidad porque ni perdía, ni ganaba mucho a consecuencia de mi responsabilidad.

 

Carecía de lo que el autor Nassim Taleb denomina “Skin In the Game” o consecuencias inmediatas de mis acciones. Hay personas que pueden laborar consistentemente sin esta presión. Pero por alguna razón esa nunca ha sido mi situación. 

 

En mi segunda ronda por mi cuenta este pasado año como contador independiente y creador, he podido desarrollar el cuero que llevaban nuestros antiguos artesanos. He podido desarrollar relaciones. He atraído nuevos clientes. He aprendido a navegar la incertidumbre. Y mejor aún, encontré que precisamente lo que me hace distinto—ser un CPA con pasión para crear y comunicar—es un activo que pude monetizar a través de colaboraciones y auspicios.

 

Lo que encontré es que el mercado está sediento por productos y servicios distintos. Lo barato y estandarizado ya está. No lo vas a cambiar y no puedes (o quieres) competir con eso. Pero si puedes competir con aquello que te hace único. Con tu tacto humano, tu oferta personalizada, tus ideas innovadoras.

 

Por esto opino que necesitamos orientar a los profesionales de manera distinta. No necesitamos más máquinas. Necesitamos más artistas.

 

Necesitamos fomentar su pensamiento crítico. A incentivarlos a que apuesten a sus curiosidades y talentos creativos. A que entiendan que ya no es suficiente meramente escoger una carrera, sino proyectos de vida. A que sirvan al mercado como si su sustento dependiera de su reputación y que sientan las consecuencias de una buena o mala decisión.

 

Así llegaremos a desarrollar lo que el autor Seth Godin le llama “Linchpins”. Personas que ven su oficio como su obra de arte. Tal y como lo hicieron tantos artesanos del pasado. 

 

¿Esto significa que todos debemos aspirar a ser empresarios?

 

No. Pero si debemos emular a la mentalidad artesana, aunque sirvas dentro de una institución. 

 

Porque la seguridad que antes vivían los perros domesticados ya es pura ilusión.

 

Quieras ser un perro o un lobo, la etapa de cobrar por estar, ya terminó.  

 

Sobre el Autor:

Soy CPA, Escritor, Conferenciante y Host del video podcast La Maestría con Raúl Palacios. Como eterno optimista, mi meta es compartir historias, que logren inspirar, motivar y ayudar a mi generación puertorriqueña a mejorarse para que juntos podamos contribuir activamente al renacimiento de nuestra isla.

 

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Publicado: 31 de mayo del 2023