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PATERNIDAD

La razón para (aún) querer ser Papá

Parecía una mañana como cualquier otra. Me levanté unos minutos antes de que saliera el sol, motivado por saborear una taza de café caliente en puro silencio. Luego, salí al gimnasio para sudar un rato, pues a los 35 años ya uno lo necesita. Finalmente, regresé a prepararme para gestionar lo que se ha convertido en un compromiso recurrente—ir grabar un video para un cliente.

 

Me estaba vistiendo, cuando de repente, llegó una llamada que cambiaría mi vida para siempre.

 

“Raúl, me hice la prueba y salió positiva, estoy embarazada”.

 

No era la primera vez que escuchaba esta frase. Más de una década antes, recibí una llamada similar, pero en circunstancias completamente distintas. En aquel entonces, era de una persona que apenas conocía. Tenía 24 años de edad, y carecía de la madurez, experiencia, y perspectiva para manejar el cambio tan abrupto que venía.

 

En esta ocasión, al otro lado de la llamada, me lo decía el amor de mi vida. Mi esposa, quién por primera vez me comunicaba esta grandiosa noticia. Sentía tranquilidad por el hecho de que ya llevamos 7 años de relación, y durante el mismo tiempo, se había convertido en mi mano derecha durante la primera década de mi hijo—sin tener que hacerlo.

 

Sabía que algún día sería excelente mamá.

 

En ese momento intenté calmar sus nervios. Ella no dejaba de llorar. Le expliqué que todo iba a estar bien. Le reiteré mi compromiso ante la nueva realidad.

 

Cuando colgué, tuve un espacio para contemplar lo sucedido.

 

No puedo decir que me tomó por sorpresa—pues todos sabemos como se hacen los niños—pero admito que tampoco era una meta escrita para este nuevo año, 2024.

 

No cesaba de pensar, ¿de nuevo seré papá? Recordando con temor aquellas primeras amanecidas. Anticipando como la vida gira alrededor de un recién nacido durante sus primeros 12 a 18 meses de vida.

 

Ese temor, paralelamente, fue derrumbado con la emoción de revivir esta etapa con mi socia de vida. De apreciar con mayor paciencia y serenidad esos memorables momentos; sus primeros pasos, sus primeros dientes, sus primeras palabras, sus primeros cumpleaños—con la perspectiva de que algún día, ese momento no regresaría.

 

Me repetí “estoy en la edad para serlo”. Mi papá me tuvo a sus 36 lo que significa que estaría repitiendo la historia.

 

¿Para eso es que venimos al mundo, no?

 

Quizás pienses que sí, pero aún así, los tiempos definitivamente han cambiado. Mi padre es el menor de 11 hermanos. Aunque esa cifra suena exagerada, la tasa promedio de fecundidad en el 1960 eran casi 5 hijos por mujer (4.80) según el World Bank. Ya para cuando yo nací (1988) esa cifra se redujo a (2.31)—que todavía es el número recomendado por los demógrafas, pues garantiza el reemplazo de los padres, provocando así un crecimiento poblacional natural. 

 

Sin embargo, para principios de la década del 2000 esta cifra bajó por primera vez a menos de 2 niños (1.93).

 

Fue aquí cuando los demógrafas y economistas se comenzaron a preocupar. Cuando combinas esta nueva realidad con la alta emigración de la clase trabajadora puertorriqueña, el perfil de la población comenzó a cambiar. Hoy día los números son aún más tenebrosos. Cerramos el 2023 con la tasa en menos de 1 niño por mujer, (.85)—convirtiéndo a Puerto Rico en uno de los 5 países con la tasa de fecundidad mas baja del mundo. 

 

Esta realidad choca aún más cuando lo evalúas con el total de nacimientos. Para el 2000, se registraron casi 60,000 nacimientos. Quince años después (2015), esa cifra se redujo casi por la mitad (31,246) y fue el último año que el total de nacimientos sobrepasó el total de difuntos (28,424). Esa cifra, cuál ya asustaba, volvió a reducirse a un nuevo récord, (17,772), sellándolo como el año con los nacimientos más bajos desde 1888.

 

No tienes que ser matemático para entender que estos números no son sostenibles.

 

Es una realidad que asusta. La edad promedio de los puertorriqueños ha incrementado de 30 años en el 2000 a 44 en el 2020. La amenaza es sencilla. Mientras menos boricuas vivan en la isla, menos recaudos tendrá el gobierno. Menos consumidores habrán en nuestra economía. Y peor aún, menos personas habrán para reemplazar la fuerza laboral del país.

 

Lo que cambió

 

Existen muchas razones para estos cambios.

 

La vida es más cara que antes. La educación pública en la isla se ha deteriorado. El cuido extendido para muchas familias es una carga financieramente onerosa. Adicionalmente, cada año hay más mujeres ocupando puestos de liderato en compañías y por tanto, han priorizado su crecimiento profesional por encima de ser mamá.

 

Añádele al hecho que las parejas quieren viajar, ahorrar y/o invertir con mayor comodidad y están conscientes que tener hijos tiende a cambiar esos planes. Tampoco ayuda que se estima que el costo de criar un niño lo estiman en casi $240,000 en promedio antes de pisar la Universidad.

 

 

Entiendo perfectamente porque cualquier persona tenga que pausar antes de tomar una decisión tan radical. Cómo financiero puedo ser empático con esto. Lo que me sorprende es como las personas piensan que un niño es un sacrificio de felicidad individual.

 

Lo que me acordó a una conversación que tuve el año pasado en casa de mi hermana con una pareja joven. Ambos profesionales, estaban comprometidos pero casualmente confesaron que no deseaban tener hijos.

 

A lo que curiosamente tuve que preguntar, ¿por qué pensaban así?

 

Su argumento estaba centrado en que tener hijos era un sacrificio. Que no podían vivir la vida que querían si tenían que cuidar de un niño.

 

A lo que yo respondí…

 

“El problema es que estás basando tu decisión de tener hijos en que los niños van a traerte a tí. No lo puedes ver así. Las personas no tienen hijos por conveniencia. Eso nunca ha sido así. Para mi querer aportar mis bendiciones, experiencias y recursos a un pequeño humano, de la misma manera que mis padres lo hicieron por mi.”

 

Las personas traen niños al mundo para aportar su granito de tierra. Para continuar su linaje. Para desarrollar buenos seres humanos.

 

Tu compras cosas—sea ropa, carros o tenis—porque piensas que esos artículos te sirven a ti. Pero los hijos no son así. Nunca fueron para servirte a ti. Tú tienes que servirles a ellos, como muy bien tus padres te sirvieron a ti.

 

No significa que todo el mundo debe ser papá o mamá, pero si son una pareja con valores, trabajadores, saludables, que saben amar con entusiasmo, ¿por qué no quisieran combinarse para desarrollar un humano que continúe esos principios? Para que algún día puedan resolver problemas complejos. O inspiren a otros con su arte o talento. Para que aporten o lideren a su país.

 

Esas son las razones que me motivan a mi. Y como padre te puedo decir, que ese “sacrificio”, esa “inconveniencia”, es la experiencia más gratificante que vas a vivir. Es el amor más puro y genuino que podrás sentir.

 

Es un orgullo inquebrantable que nunca dejará de existir.

 

Sobre el Autor:

Soy Asesor Financiero, Escritor, Empresario y Host del video podcast La Maestría con Raúl Palacios. Como eterno optimista, mi meta es compartir historias, que logren inspirar, motivar y ayudar a mis lectores a tomar mejores decisiones sobre sus carreras y estilos de vida para que juntos podamos contribuir activamente al renacimiento de nuestra isla.

 

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Publicado: 25 de febrero del 2024